miércoles, 17 de abril de 2013

SEVILLA 16-04-13 LOS VICTORINOS - DOS SERIES DE EL CID Y UNA CANCIÓN DESESPERADA.



Primero de la tarde
Madanero, cárdeno oscuro
 
José Ramón Márquez

Vuelve el toro a Sevilla, si cabe brevemente, entre tanto arte. Aquí me hubiese gustado ver hoy al de la media verónica de las campanas, a ver si había testosterona como para ponerse a dibujar esa imborrable filigrana que dicen que dio y que debió verse en la Plaza.

Vuelve a Sevilla Victorino y nosotros volvemos a Sevilla por Victorino. De nuevo en el albero de la Plaza de los Toros la vieja ecuación para los burros que no entendemos de arte, ni maldita falta que nos hace, que consiste en anunciar toros y, frente a ellos, a los que se atreven a ponerse.

Victorino ha mandado al Baratillo una corrida de presentación impecable y de enorme seriedad. Esto es lo mínimo que se debería exigir en una Plaza como ésta de Sevilla. De ella digamos que ha habido cuatro toros más feos, de cuerpo cilíndrico, más degollados, más zancudos, menos Victorino, que han sido los primeros, y dos muy hondos, los dos últimos, algo ensillados, más enmorrillados, más largos y armónicos. Todos cárdenos, con cabezas que miraban más hacia Santa Coloma que a Saltillo y, en general, de pobre juego en el caballo.

La corrida ha adolecido en general de falta de fuerzas. El primero, que salió rematando con contundencia en tablas, se mantuvo en pie y no fue expulsado de la Plaza porque la cuadrilla de El Cid es la mejor cuadrilla que hoy día pisa las Plazas de toros de España, Francia y América. La brega acertadísima (¿y cuándo no?) de Boni y la facilidad con los palitroques de Alcalareño transformaron el signo de las muestras de desaprobación en expectación por ver al toro en el último tercio. A ese toro El Cid le recetó una soberbia serie con la zurda, pura expresión del toreo en su concepto más elemental: la muleta en la izquierda, la espada en la derecha y el corazón en medio. La forma de someter la embestida del bicho, de quedarse en el sitio presentando la muleta, de romper el viaje del toro, de tirar de él con mando, rematado la serie con la gracia de un farol y uno de pecho, es un compendio de lo que es el toreo puro, el que nos hace seguir yendo a las Plazas. A éste lo pinchó El Cid, estilo Cid.

El tercero fue un toro hosco y mansurrón, con la salvedad de su aspecto tremendo. Tampoco iba sobrado de fuerzas. A este toro lo banderillea estupendamente Curro Robles. El inicio de faena por bajo es de gran torería, pero el toro parece que no se traga mucho el cuento de la muleta: mira y espera. Cid lo va lidiando con oficio, sin despeinarse; el bicho se arranca a oleadas, aunque no llega a desarrollar sentido. Acaso por eso no parece interesado El Cid en hacer un esfuerzo con el animal, dadas sus condiciones. En ningún momento el toro le supera. Lo tumba de un espadazo arriba.

El quinto, Verderón, número 53, era un tío. El toro canta su condición en banderillas y acosa a Boni a la salida de su segundo par -pares por el izquierdo-. Al animal, también tirando a manso, le cuesta rematar el pase cuando es hacia afuera; El Cid plantea la faena entre las rayas y sujeta estupendamente al toro no quitándole la muleta de la cara para coser el muletazo con el siguiente. En los muletazos en dirección a tablas el toro se entrega más y salen pases de más largura. En un pase por alto de remate el toro lanza un tremendo hachazo que explica a quienes no se habían enterado el peligro del toro. La faena sigue por la derecha y ahí saca Cid una serie impresionante de redondos, con mando y quedándose en el sitio que hace rugir a la Plaza. Por desdicha el torero no profundiza en esos modos -hay que estar muy convencido para quedarse en el sitio- y rectifica levemente la posición a la salida de cada pase, con lo que se pierde en hondura y autenticidad. Lo mata de pinchazo y estocada tendida.

El otro torero era Luque. Es un torero suficientemente conocido, y en honor a haberse anunciado hoy con una corrida de toros y al café al que una vez me invitó su padre me abstengo de pronunciarme sobre su actuación. Diremos, no obstante, que el torero no recibió las mismas ayudas que El Cid por parte de su cuadrilla. El segundo propinó una tremenda caída de latiguillo al picador Rafael Campos; al cuarto lo banderilleó con acierto Abraham Neiro y al sexto, el que más cumplió en varas, le agarró dos buenos puyazos Alonso Sánchez haciendo la suerte de manera muy fea y sin arte.

El planteamiento de esta corrida no tenía ni pies ni cabeza. Poner a un torero de gran poder como Cid, gran conocedor de los Victorinos, frente a un torero como Luque es algo inexplicable para el aficionado, como no fuera un intento desesperado de Simón Casas de intentar que un improbable triunfo de Luque frente a toros de respeto le sirviese para tratar de revitalizar algo su alicaída carrera. Ni por edad, ni por experiencia, ni por estilo, ni por nada inteligible en términos estrictamente taurinos es explicable este cartel. En cuanto a los toros, sigue siendo aquella primera corrida de Victorino en Sevilla la que marca el mejor resultado hasta ahora de los de la A y la corona en esta Plaza de los Toros.
***
Las espadas están en alto. A la vuelta de la esquina asoma la tontería de la corrida de Madrid, colocada el sábado del puente de San Isidro. Me gustaría conocer a estas horas la opinión de Talavante, si acaso la tuviese.
 
El Cid

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