viernes, 17 de mayo de 2013

GALLITO EN APOLO.





La anécdota es suficientemente conocida, pero la repetiremos brevemente para centrar el tema.  El domingo día 19 de octubre de 1913 se anuncia en Madrid, a las tres de la tarde y a beneficio de la Asociación de Toreros,  una corrida con toros de Herederos de don Pablo Benjumea y de la viuda de Concha y Sierra, ambas de Sevilla, para Ricardo Torres,Bombita; Rafael Gómez, Gallo; Antonio Boto, Regaterín,  que entra en sustitución de Juan Belmonte por hallarse herido, y José Gómez Gallito. Los cuatro de Benjumea no pasan el reconocimiento y desde los prados de la Muñoza, que en ese momento y hasta 1936 son propiedad del rico ganadero D. Salvador García de la Lama, traen a Madrid cuatro de su ganadería, que es la misma que había pertenecido a  D. Antonio Halcón, de Sevilla, de la que conserva hierro, divisa y antigüedad.
Para dicha corrida se crea un ambiente formidable. La hueste Gallista, animada y envalentonada por la incontestable sabiduría y personalidad de Gallito V quiere plantear la corrida como el definitivo escobazo con el que el genio de Gelves va a echar del toreo a Bombita y a lavar de una vez por todas las afrentas que, según ellos, Ricardo había hecho objeto a su hermano Rafael, Gallo IV. La verdad es que los bombistas, con su ídolo en el final de su fecunda carrera, asisten a la terminación de una época del toreo, la que está marcada por la pareja Bomba y Machaco;  para nosotros a un siglo de distancia, se ve nitidamente que la retirada de Ricardo Torres pone punto final a una época de transición, diríamos un paréntesis entre la suficiencia y la incontestada largura de Guerrita y la resplandeciente figura de Joselito.
José Gómez Ortega, Gallito V. El Rey de los toreros

Respecto al ambiente en que se mueve la pareja, relatemos simplemente una famosa anécdota sucedida en Valencia en la feria de Julio de ese año. Al finalizar el paseo, el público prorrumpe en una fuerte ovación y Ricardo se dispone a salir al tercio a corresponderla. Desde el tendido uno le grita:

-         ¡Que no es por ti, ché! ¡Que es por el pollastre…!

En la corrida del 19 de octubre Bombita, treinta y cinco años de edad, dieciocho de alternativa, vestido de azul celeste y oro hace el paseíllo desmonterado. Gallito, dieciocho años de edad, viste de grana y oro. Tarde de emociones desbordadas entre el aprecio al torero que se va, ovacionado constantemente, y la fulgurante novedad y magisterio del que llega, de cuya faena al octavo se dice en La Lidia que «por vez primera, en todo lo que lleva de matador de toros, logró convencernos de lo mucho que vale y puede». 
Desde toda España se han desplazado a Madrid, para asistir a la corrida, partidarios de ambos toreros. La Plaza Vieja presenta un lleno completo. Los partidarios de Bomba portan palomas con el ánimo de soltarlas cuando Ricardo mate su último toro. José dice a sus íntimos que la mitad de aquellas palomas han de volar por él, porque va a salir a hombros dela Plaza. 
A la muerte de Cigarrón, número 37, de García de la Lama, último toro de la vida taurina de Bombita, vuelan las palomas y Ricardo recoge una blanca antes de que un grupo de toreros, portando el cartel de la Asociación de Toreros, le suban a hombros para darle la vuelta al ruedo.  

Bombita a hombros tras la muerte de Cigarrón

No consta que a José le echasen palomas. Ofrece banderillas a Ricardo en el octavo y le brinda el toro, con sobriedad, estrechando su mano. Luego hace una faena colosal a Relojero, número 100, de Concha y Sierra. Los dos toreros salen dela Plaza a hombros, que entonces no estaba tan de moda como ahora la memez esa de las orejas.

Joselito se encargaba los vestidos de torear en la casa del sastre José Uriarte, cuyo taller estaba en el número 5 de la Plaza del Príncipe Alfonso –actual Plaza de Santa Ana-. El año anterior a lo que se relata en estas líneas, el año doce, cuando Joselito viene a Madrid convaleciente de la cogida de Bilbao que le impedirá tomar la alternativa en la Corte, como era su deseo, recibe la visita de Pepe Uriarte en el Hotel de Roma con un muestrario de rasos, José le dice:

-         Po… por ahora, ademá del blanco que elegí pá la arternativa, me hase usté este coló plomo y este otro asú. Al empesá la temporá del año que viene escogeré sinco o sei de una vez. Me gusta mucho variá de ropa.

La fama de Uriarte también sirve al The Kon Leche, órgano supremo del gallismo, para fustigar a los toreros, cuando proclama que «los trajes de torear de Uriarte son “inencogibles”;  pero los toreros que los usan a veces no se estiran y a veces los cogen los toros»
Días antes de la crucial corrida en Madrid de la que venimos ocupándonos, Gallito se acerca a casa de Uriarte para verificar la última prueba de un traje corto que le estaba confeccionando. José le indica al sastre que el traje tiene que quedar terminado con anterioridad al día 19 y que se lo envíe a su habitación del Hotel de Roma. Quiere tenerlo allí preparado para ese día porque, profetiza, esa misma noche, después de la corrida,  lo lucirá  en el Teatro de Apolo, calle de Alcalá número 49, después del triunfo que va a obtener.
El Teatro Apolo, calle de Alcalá número 49

Aquella noche,  a las diez y media, en la famosa cuarta de Apolo se representa  la zarzuela Poca-Pena, sainete lírico en un acto con música del maestro Alonso y libreto de Francisco Asensio.  Con la representación ya iniciada Joselito Maravilla hace su aparición en el patio de butacas de la «catedral del género chico». A medida que los espectadores se van apercibiendo de su presencia, un murmullo se va levantando a su paso, hasta que una voz estalla:

-         ¡Viva el rey del toreo!

Entonces se produce un clamor de vítores y de aplausos que interrumpe la función. A continuación se desata una resonante ovación al torero, con el público puesto en pie. José, algo cohibido con sus dieciocho años, vestido con el traje corto de Uriarte que él sabía que esa noche se pondría, saluda y abandona el patio de butacas para no ser causa de más interrupción, junto a una buena porción de seguidores que le acompañan hacia el vestíbulo. Y fuera del teatro, en esa tibia noche del otoño madrileño, la calle de Alcalá reluce como nunca viendo como andan por ella los andaluces.
Plaza del Principe Alfonso (Plaza de Santa Ana), número 5 en la actualidad

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