PACO MORA |
Las figuras cumbre lo son por algo. Entre otras razones, aparte las puramente profesionales, porque son seres humanos especiales. Pablo Hermoso de Mendoza, cuando se le felicitó por su exitosa tarde de hoy en Las Ventas, comentándosele que podía haber abierto la puerta grande, contestó con toda sencillez: "No, porque en el primero fallé con el rejón y en el segundo la faena no fue de dos orejas ni por el forro”. Ahí queda eso para los del “la verdad es que”, “he estado muy bien”, “el presidente me ha robado el éxito” y otros latiguillos con los que pretenden explicar lo inexplicable y darse coba a sí mismos. Como Pablo han sido siempre las figuras del toreo y de todas las disciplinas de la vida. El autobombo solo lo practican los tontos y los que no están seguros de su valía.
Crueldad en la despedida de Joao Moura (El otrora Niño Moura), que llegó a Las Ventas con dieciséis años y revolucionó el toreo a caballo. Nueve puertas grandes en la capital de España en su dilatada carrera, y no fueron muchas más por sus frecuentes desaciertos a la hora del rejón de muerte. Lo lógico hubiera sido que en el momento de su retirada escuchara una gran ovación a toda una vida dedicada al arte de Marialva, siendo durante varios lustros espejo y maestro para todos los que han pisado un ruedo a caballo.
Había venido a San Isidro para darle la alternativa a su hijo Miguel -con la misma edad que el tenía cuando rindió Madrid a su precoz magisterio- y esa otra fiera, para la que el pasado no cuenta ni hay historias profesionales que merezcan respeto, lo ha despedido con pitos. El Niño Moura con su noble cabeza de caballero portugués nevada por el paso del tiempo, cruzó el ruedo con lágrimas de torero asomándole a los ojos. Adiós maestro, los de mi generación y los de otras varias generaciones le recordaremos siempre con admiración y reconocimiento.
Aplasos
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