Por Manuel Viera
Niños. A su alrededor orbitaba el toreo mientras los últimos rayos de un sol abrasador iluminaba los pequeños ojillos. Y allí, aposentados en las ardientes losas de la plaza de su Ayuntamiento, convirtieron en vivencias íntimas lo que veían mientras, ora Morante, ora Padilla, dibujaban lances y pases con los que ponían de manifiesto la sensibilidad de un arte que dejará huella para siempre en el recuerdo de la chavalería ensimismada. Trazos plagados de guiños y dotados de una emotividad que atrapa. No cupo más complicidad entre toreros y chiquillos. Estimulados los sentidos, la provocación les incitó a coger capotillos y muletas para crear toda una sinfonía de verónicas y naturales trazados a unos pitoncillos que avanzaban con lentitud pasmosa en las manos de quienes crean y emocionan en los ruedos de las plazas de toros.
La escena y las sensaciones fueron bien contrarias a lo determinado por quienes gobiernan y dirigen a un pueblo referente del toro bravo. Por los que siguen desorientados en aspectos decisivos de la política taurina. Por quienes toman el pelo a las mayorías jugando con los reflujos de las minorías que quieren que las corridas de toros sean historia del pasado. Y es que se hace necesario que en esa larga, previsible y aburrida serie de comportamientos electoralistas, aparezcan las mentes lúcidas de unos políticos que, con objetividad y contundencia, dejen de abanderar ese ficticio progresismo políticamente correcto y que, por el mero hecho de serlo, no se crean en posesión de la verdad y con legitimidad política y moral para responder con medidas demagógicas a esos oportunistas antitaurinos que pasan sin aludir esas otras muchas degradaciones y barbaries que los niños ven cada día.
Sería de desear por ello encontrar a alguien que no tenga la mala costumbre de expeler la libertad de un padre a educar y decidir. A alguien que sea capaz de no obviar una parte tan importante de la historia cultural de un pueblo taurino por excelencia. Utrera. A alguien que sea capaz de respetar el pasado y tenga el deseo de seguir construyendo el presente y el futuro. Alguien que trabaje en la tarea de defender la fiesta de los toros para así mantenerla enhiesta con el mayor de todos los logros: libertad. Alguien que no se ponga en guardia ante las peticiones de los "animalistas" para prohibir la entrada a la plaza a menores con la cínica e hipócrita excusa de protegerlos.
En la espléndida intervención de Juan Manuel, el chiquillo nieto del viejo artista local Antonio Peña "El Cuchara", inspirado y rotundo en su manifiesto, con escuetas palabras de su propia "cosecha", sentenció: "no me prohibáis mi afición, que quiero ser torero".
Burladero.
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