Golpeado nuevamente en horas recientes por los caprichos de cinco, a uno no le queda más opción que echar cuenta para atrás y recordar aquello que hace grande la historia de la grandeza misma. Porque una cosa es ser grande, y otra muy distinta estar inflado, al socaire de un sistema de taurineo que semeja a las dictaduras que concentran el poder absoluto en pocas manos, y conjugan para sí en esas manos todos los medios de comunicación, y en extensión de ello, la teoría única de la verdad. Dictaduras de lo blando.
Juan Mora es un torero que por esa misma virtud del veto de cinco a la plaza de Sevilla, también estuvo todo este 2013 sin torear apenas. Porque es ese sistema cerrado el que no deja salir ni entrar nada sin su severo juicio; sistema pues que ve con malos ojos que se le haga luz o sombra al perfecto mundo luminoso y mistificado donde es posible cantar allí donde antes había pavor y respeto. Juan Mora sin embargo nos sigue interpelando tres años después de su última gran faena, cuando en aquel otoño del 2010 rompió de un cerrojazo de autoridad la puerta grande de Las Ventas con una faena del frascuelismo más puro: 17 muletazos a un toro de Torrealta, tres de ellos naturales perfectos, y luego un espadazo en lo alto que rodó al toro, mientras el torero caminaba garboso en dirección contraria, sabiendo que el toro había salido de sus manos muerto y matado.
Juan Mora es un torero que por esa misma virtud del veto de cinco a la plaza de Sevilla, también estuvo todo este 2013 sin torear apenas. Porque es ese sistema cerrado el que no deja salir ni entrar nada sin su severo juicio; sistema pues que ve con malos ojos que se le haga luz o sombra al perfecto mundo luminoso y mistificado donde es posible cantar allí donde antes había pavor y respeto. Juan Mora sin embargo nos sigue interpelando tres años después de su última gran faena, cuando en aquel otoño del 2010 rompió de un cerrojazo de autoridad la puerta grande de Las Ventas con una faena del frascuelismo más puro: 17 muletazos a un toro de Torrealta, tres de ellos naturales perfectos, y luego un espadazo en lo alto que rodó al toro, mientras el torero caminaba garboso en dirección contraria, sabiendo que el toro había salido de sus manos muerto y matado.
¿Qué es todo este espíritu que revive y reconocemos como visto desde un sueño del XIX? El toreo de la brevedad, de salir a torear con la espada de verdad y no con una de palito; el torero que para con la capa, o lleva al toro hacia el caballo con una mano y saca también al toro de la cabalgadura con la misma mano; la tauromaquia donde se puede comprobar el pavor que surge cuando se tensiona la torería contra la bravura.
He hablado, quizá con mucha ligereza, de frascuelismo y rasgos decimonónicos en una tauromaquia enclavada en los inicios del siglo XXI, poseída además por el espíritu más posmoderno de la ligazón y el asentamiento. Plantear la cuestión como lo he hecho aquí, nos lleva a reconocer puntos de encuentro con la tauromaquia de Frascuelo en lo fundamental: el contenido por brevedad, y de allí la intensidad.
Las faenas de Frascuelo, en son del siglo XIX, nunca sobrepasaban la docena de muletazos, si eran buenas. Entonces debía comprobarse el carácter medido de todos los pasos del torero en el albero, y su efectividad (más que la belleza) para ayudar a la estocada. Desde ese momento la tauromaquia de Juan Mora es la sabia medición del toreo para dejar al toro cuadrado y dispuesto para la muerte. No por otra cosa, el torero sale con la espada de verdad, filosa y pesada, estorbosa para el toreo por la derecha, y un elemento de riesgo cuando se torea con la izquierda. Lo hábil sería que esta construcción de poco espacio, tuviera además una forma concentrada. La tauromaquia de Juan Mora tiene esa forma concentrada.
Si la tauromaquia de Morante se tiene como barroca al ser la expresión profusa y total de muchos elementos plásticos, incluido el cuerpo del torero (lo que se conoce como empaque), la de Juan Mora no renuncia a ese barroquismo, aunque se represente en una dirección totalmente opuesta: en Juan Mora la expresión no es la del cuerpo, sino la del muletazo como una identidad independiente. Un toreo vertical, si se quiere de recargue en los riñones, donde el mérito está en tirar del toro y llevarlo hasta atrás estando absolutamente cargando en los riñones del torero. No cabe más verticalidad como expresión de la verdad, pero tampoco puede confundirse como 'panzaso' un toreo donde el diestro está asentado en el cite. Entonces, es como si el muletazo cantara solo en un espacio concentrado. Sabemos que la espada es de verdad, y que el torero en cualquier momento puede empalmar el pase de pecho con la estocada, al perfecto modo como en el XIX Lagartijo tumbó al toro Perdigón, o Frascuelo echó a rodar a Peluquero, toro de la ganadería de Antonio Hernández, que antes le había roto tres costillas al mítico torero de una cornada. Así.
Si la tauromaquia tiene algo de ballet, y este es la concisa exactitud en los movimientos plásticos de un bailarín, Juan Mora tiene el ballet más concentrado de la tauromaquia contemporánea. Su importe de artista se acrecienta cuando a él añadimos el talante de lidiador auténtico requerido para dar muerte a los toros en el momento preciso, lo que estuvo precedido de una lidia correcta. Ritual y arte son lo mismo por primer vez.
La evolución de su toreo es prueba de sus intenciones, que no guardan la pretensión de perpetuar el toreo clonado actual, de mano baja y culto al pase circular. De hecho, Juan Mora nunca baja la mano porque nunca quiebra el cuerpo al estar cargando en los riñones, pero nadie puede asegurar a la vez que el suyo es un toreo por alto.
El especial sobre de su carrera emitido por el Plus, como testimonio de una empecinada trayectoria para hallar esa forma cuya perfección depende de la exactitud.
En una época blanda de cinco doblegando a miles, y donde las tendencias mediocres se suceden como las luces en una autopista de noche, lo de Juan Mora es de agradecerse.
Una blasfemia contra el cánon mexicano de la duración. Una bofetada sincera contra el neotoreo del cuerpo doblado hacia adelante y el descargue de todas las suertes. Una afrenta digna con una espada de verdad contra los ayudados de fibra de carbono, propios de deportistas de alto rendimiento y no de matadores de toros. 17 muletazos que ya van para tres años, y si quisiéramos hacer alarde de radicalismo, tres naturales y un espadazo. Devaluada la época, y mientras algunos rapiñan lo poco que queda de nosotros con la imposición de una Fiesta virtual y socialmente cómoda, Mora está oculto en una zona sombreada que a la vez representa lo que la Fiesta debe ser y no es. Y lo reafirmo: el chantaje de los cinco participa de una misma expresión, que es la de la ausencia de Juan Mora en los ruedos.
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