viernes, 20 de julio de 2012

LA PROFUNDIDAD DEL TOREO EN MANUEL JIMÉNEZ "CHICUELO"


El arte de cruzarse con los toros, según "Chicuelo" 
(Fotos reproducidas del blog "la razón incorpore"

Cruzarse con los toros, hacerlo con una técnica depurada, pero además con u profundo sentido artístico, ahí radica una de las grandes verdades del Arte del Toreo. Manuel Jiménez "Chicuelo" fue un gran ejemplo de todo ello. Precisamente por eso, su figura tiene una trascendencia que en ocasiones no se la ha reconocido, perdidos en el cante de la pinturería y la sal. Lo dejó inmortalizado en su histórica faena a "Corchaito", que lo consagró en Madrid. Pero lo confirmó en muchas otras ocasiones. Por algo Joselito, tras coincidir con él en el ruedo de Écija, no dudó en afirmar: "Chicuelo es el torero más peligroso que he conocido".
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 “Chicuelo realiza con el toro ´Corchaito´ la faena más grande del toreo. ¿Cómo toreó Chicuelo? Como nunca se ha toreado, como jamás se toreará”. (Federico M. Álcazar)

La profundidad del toreo en 
Manuel Jiménez "Chicuelo"

“desde aquella faena de muleta con esos magistrales naturales ligados en redondo sin cambiar de posición se adentró en una nueva dimensión artística y circular. A partir de ahí todos sus compañeros le imitaron y aún hoy todavía lo hacen”. (Cossío)

En una documentada y amena conferencia, el escritor Ignacio de Cossío denunciaba la injusticia de que, en ocasiones, a Manuel Jiménez “Chicuelo” se le recordara tan sólo por sus célebres y originales chicuelinas.  “Son muchos a los que se les olvida  --vino a decir-- su excepcional aportación al toreo moderno, con todo un estilo propio bautizado en nuestra ciudad como “La escuela sevillana”. Sin el alegre torero de La Alameda no se podrían explicar ni el devenir de la Fiesta, ni sus posteriores transformaciones técnicas, estéticas, o de impronta personal. Chicuelo es uno de los eslabones más significativos de la evolución del toreo a pie: un toreo lleno de verdad, improvisación, fantasía, genialidad y el más adelantado y moderno de todos cuantos se han hecho”. Y es que, tras torear una tarde con él en Écija, ya había sentenciado “Joselito”: "Chicuelo es el torero más peligroso que yo he conocido".

Sabido es que con “Chicuelo” el toreo se viene a dividir en un antes y un después de su faena a “Corchaito”, el toro de Graciliano Pérez Tabernero que lo consagró en Madrid, de la que el histórico crítico Federico M. Álcazar dejó escrito: “Chicuelo realiza con el toro ´Corchaito´ la faena más grande del toreo. ¿Cómo toreó Chicuelo? Como nunca se ha toreado, como jamás se toreará”.

Aquella tarde quedó claro, por si hiciera falta, que a un toro al que es difícil engañarle dos veces seguidas por el mismo lado, lo que obliga a alternar los pases por ambos pitones, evitando además tener que cambiarle los terrenos algo mucho más peligroso. Pero conocido es, también, como el toreo pide irse al pitón contrario y cargando la suerte sobre las piernas para desplazar a la res del terreno del torero evitando el riesgo de la cogida. De ambas verdades dejó ejemplos “Chicuelo”, desde luego la gloriosa tarde de “Corchaito”, pero también otras muchas.

De hecho, el torero de la Alameda dejó constancia de cómo debe aplicarse esa técnica, una forma de citar a su enemigo que, además de su valor técnico, tiene una gran componente estética. En estas imágenes que se reproducen aquí se observa como Chicuelo se conduce en la cara del toro con esa técnica del pitón contrario, que luego pasó a ser ley fundamental del arte de torear.

Dice José Morente que “ese toreo es el mismo que preconizaban algunas de las viejas tauromaquias cuando el toreo alboreaba y cuando los toreros no habían acabado de entender en toda su magnitud el comportamiento del toro, que entonces era además más fiero y aleatorio”.

Por eso, con toda razón Ignacio de Cossío recordaba que “desde aquella faena de muleta con esos magistrales naturales ligados en redondo sin cambiar de posición se adentró en una nueva dimensión artística y circular. A partir de ahí todos sus compañeros le imitaron y aún hoy todavía lo hacen”.

Se trató, en suma, de una nueva forma de entender el toreo, que ya no conoció fronteras, ni de tiempo, ni de geografía. Un ejemplo muy significativo, toreaba el de la Alameda una tarde de 1926 en México con Juan Silveti y Manolo Martínez. El cronista de “El Universal” dejó escrito:  
"No hubo en el maravilloso muleteo un solo detalle de chabacanería, ni un desplante relumbrón, ni siquiera un tocamiento de testuz, ni tampoco vueltecitas de espaldas y sonrisas al público. No, lo que hubo fue mucho arte, mucho valor y mucha esencia torera. Lo que hubo fueron 25 pases naturales. Todos ellos clásicamente engendrados y rematados provocando con la pierna contraria, dejando llegar la cabeza del toro hasta casi tocar al lidiador y en ese momento, ¿me entienden señores?, en ese momento desviar la cabezada mientras el resto del cuerpo del toro seguía su viaje natural y pasaba rozando los alamares de la chaquetilla.... Yo juro que en los veinte años que tengo de ver toros, jamás me había entusiasmado como ahora”.

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