Abc
Santiago, hijo del trueno… en el país de la prima de riesgo, que sigue pulverizando registros, y no sería mal negocio mandarla a Londres a saltar vallas con un traje ruso de los de don Alejandro Blanco.
Pero la Generación Mejor Preparada de la Historia, si sabe de Santiago, es por Castiñeiras, el chispas del Calixtino, de quien la imaginación popular presume que, entre propinas y simonías, guardaba la deuda de España.
Cuando Borrow vino a España a vender biblias dio en el camino con un suizo, Mol, que tenía la perra de un tesoro en Santiago para pagar nuestra deuda nacional, y convenció al gobierno de los moderados, que lo llevaron a excavar, según sus planos, en la iglesia de San Roque… sin éxito. Para apagar las risas de los exaltados, los moderados dieron de palos al suizo, que desapareció en la cárcel compostelana.
Me encanta la batalla que contra Olivares dio Quevedo en defensa del patronato de Santiago frente al de San Teresa, bandera de carmelitas y centristas, una vez sin moros en la costa para hacer la guerra santa.
–La pescozada, señor, antiguamente Santiago la daba a los reyes; hoy quieren los procuradores de corte que los reyes se la den a Santiago en la cara… –escribe Quevedo, para quien las Españas eran “bienes castrenses ganados en la guerra por Santiago”.
No sé qué diría Quevedo de esos hippies franciscos de la WWF-Adena que, en vez de a un bar, van al Real Jardín Botánico para botar al Rey de la Presidencia de Honor de una oenegé entre cuyos contribuyentes alguno ha de saber entender el mensaje de Maeztu:
–Hay que seguir afirmando que Santiago bajó a la batalla de Clavijo sobre un caballo blanco, y no hay que transigir ni con que fuera tordo el caballo.
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