Madrid, 2 jun (EFE).- El diestro Enrique Ponce, cuya plenitud parece no agotarse nunca, ha demostrado hoy en Madrid su indiscutible talante de figura del toreo con un triunfo grande, de dos orejas, que le han permitido abrir la cuarta Puerta Grande de Madrid de toda su carrera.
FICHA DEL FESTEJO.- Toros de Domingo Hernández, hierro que tomó hoy antigüedad en Las Ventas, de imponente fachada, grandones y con muchos kilos, promediando 614 entre los seis, y de buen juego en conjunto, especialmente segundo, tercero, de una clase extraordinaria ambos, y, sobre todo, el bravo y emocionante sexto. Solo desentonó el cuarto, flojo y a la defensiva.
Enrique Ponce, de catafalco y oro: metisaca y estocada (oreja); y pinchazo, y media tendida y atravesada (oreja tras aviso).
David Mora, de tabaco y oro: bajonazo (ovación tras aviso); y estocada trasera, y dos descabellos (ovación tras aviso).
Varea, de blanco y oro, y remates negros, y que confirmaba alternativa: casi entera atravesada, y diez descabellos (silencio tras aviso); y pinchazo y estocada caída (silencio tras aviso)
Vigésimo tercera de San Isidro. Lleno de "no hay billetes" (23.624 espectadores) en tarde de bochorno y con viento de tormenta que molestó, y mucho, en los dos últimos toros.
La PASIÓN SEGÚN PONCE
Querido Leandro, dos puntos, estas líneas pretenden explicarte a modo de crónica lo extraordinariamente bien que ha estado tu nieto -Enrique Ponce- hoy en Madrid, la plaza que tanto le ha castigado en el pasado y que ahora se ha convertido en un hervidero de pasiones desbordadas gracias al excelso toreo de una de las máxima figuras del toreo de toda la historia.
Un torero que, con más de 30 años en la profesión, confiesa que que aún no ha alcanzado el sueño de cuajar la faena perfecta, esa que, posiblemente, le sacie el alma de tal manera que le pudiera llevar a escribir el epílogo de una trayectoria sin parangón.
Hoy, querido Leandro, tampoco lo ha conseguido, pero, en cambio, ha vuelto a dictar una nueva lección de maestría en todos los sentidos: cómo torear con el corazón, cómo hacerlo todo tan extraordinariamente bello, además de exhibir nuevamente su magisterio para sacar agua de un pozo prácticamente seco y, mejor aún, demostrar que sigue con hambre de más. Talante de figurón.
Seguro que hubieras disfrutado, y mucho, no sólo del majestuoso toreo de tu nieto, sino también de la extraordinaria corrida de Domingo Hernández, seria, imponente, con muchos kilos y, algo aún mejor, de excelente comportamiento, al menos, cinco de los seis.
Uno de ellos le ha correspondido a tu querido Enrique, el segundo, un toro para recrearse toreando por el motor y la clase que ha demostrado. Y así lo ha hecho, de principio a fin, pues con el capote ya lo ha hecho de maravilla tanto a la verónica como por chicuelinas. Qué preciosidad, de verdad.
Pero con la muleta ha sido ya el acabose. Es verdad que, quizás, le ha faltado esa hondura del toreo largo, mandón y por abajo, pero, en contrarréplica, ha habido temple, suavidad, sentimiento, abandono, ligazón, limpieza, reunión... Y belleza, mucha belleza también en los remates y adornos, especialmente las trincheras y cambios de manos. Cómo hubieras disfrutado, Leandro.
Es verdad que la espada no ha entrado hasta el segundo intento, pero la plaza, tenías que haberla visto, estaba irreconocible con él. Ni siquiera aquellos ingratos que siempre iban a reventarlo abrieron la boca para protestar la primera oreja.
En cambio, con la que "ha arrancado" del cuarto, sí han aflorado algunas protestas. Pero, ¿sabes qué?, peor para ellos, porque ahí demostraron lo poco que saben, pues esta faena al toro menos apto de la corrida, por flojo y descompuesto, ha tenido todavía más mérito que la anterior por lo mucho que tuvo que emplearse para obrar el milagro.
Sabes de sobra que la ciencia de tu nieto es infinita, y mucho de ello te lo debe a ti, que se lo inculcaste todo, de ahí este profundo agradecimiento allá donde estés por todo el trabajo que hiciste con él en vida.
Pues así ha logrado meter en vereda a un toro que todo lo que hacía era protestar los engaños, sin pasar, pero la técnica, el oficio, la infalible medicina del temple ha logrado que, al final, Enrique acabara toreándolo como si fuera bueno. De uno en uno, eso sí, pero cómo fueron...
Tampoco le ha funcionado la espada, de ahí las posibles censuras, pero la obra de museo que había vuelto a esculpir tenía que tener el broche de la gloria.
Luego también te hubieras deleitado con los otro cuatro toros de Domingo Hernández, especialmente un tercero de extraordinaria calidad, con el que David Mora hizo la apuesta a medias, como con el bravísimo sexto, al que Varea pegó muletazos sueltos de categoría, aunque sin poder redondear por lo mucho que molestó el viento.
Pero también se ha dejado mucho el primero, con el que el confirmante Varea anduvo decoroso, y el quinto, con el que Mora, que también ha estado más bien discreto, ha estado a punto de reencontrarse con su pasado al ser cogido aparatosamente al entrar a matar. Un milagro, como el que ha obrado hoy tu nieto.
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