JUAN BELMONTE |
No entiendo bien lo que ocurre, o cómo ocurre, lo que sí está claro es que los apoderados de siempre son una estirpe en extinción.
La ruptura entre El Juli y Roberto Domínguez me confirma lo que desde hace tiempo se atisba en el horizonte. Paulatinamente los apoderados han ido perdiendo fuerza. Si como periodista tienes que entrevistar a un torero ya no hablas con el apoderado, hablas con su gabinete de prensa e imagen. Si quieres contratar al torero, me refiero a figuras, o hablas con Matilla, que dirige la carrera de un buen puñado, o de nuevo con su oficina. Claro que ahora las temporadas las cierran al principio, plazas, toros, dineros... Así las cosas los apoderados han ido quedando arrinconados mientras que las nuevas tecnologías, los Twitter, Facebook, jefes de prensa, preparadores físicos y psíquicos del torero, los asesores de imagen, los estilistas, los informáticos y el de turno que le ve los toros en el campo... ¿para qué un apoderado? Ahora los apoderados hablan con la Empresa y terminan sin cerrar el trato de su matador con la consabida frase de “mañana te lo confirmo”. No deciden nada.
El hombre luchador, el que defendía los derechos de su matador, cuidaba los toros que mataba, sabía cuántas corridas eran las justas para su torero y el dinero que debía cobrar... ese, va desapareciendo... Manuel Camará, santo y seña... ¿y El Pipo? Pepe Luis Segura, Martín Arranz, Manolo Morilla, Roberto Domínguez, Curro Vázquez… ¿qué va a pasar con ellos? Los toreros siempre dijeron que necesitaban alguien cerca que les diera calor, ahora esas llamas aparecen de otra forma para convertir al torero en un ejecutivo de luces que en vez de muleta porta celular última generación y un perfil en Facebook con tres millones de seguidores.
Hay que ir con la modernidad, no anquilosarse, pero hay cosas que no deben perderse y los apoderados tienen los días contados.
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