Por Juan Miguel Núñez Batlles
No tenemos novilleros y novilladas en la actualidad para asegurar el futuro del espectáculo taurino. Y mientras no se arregle este capítulo, mal asunto. Aunque no quisiera caer en la eterna monserga del jeremías al que todo le parece mal, cuando no escaso o ambas circunstancias a la vez.
Se queja la afición, y hasta barrunta cierta deblaque por lo que nos espera de aquí a muy poco tiempo, si no salen toreros nuevos y con fuerza, que en definitiva puedan revolucionar o revitalizar el panorama, lo que se conoce por el cotarro.
El problema está siendo más que evidente por las escasas oportunidades que hay para que la cantera se forme y se proyecte en condiciones. Y a todo esto no sé si lo que llaman "el sistema", el taurinismo profesional, está siendo consciente y va a tratar de poner remedio, cosa que urge como el comer.
Seamos sinceros para reconocer que de un tiempo a esta parte no existe una formación que se haga conforme a las pautas absolutamente necesarias para que los toreros, o aspirantes, alcancen el grado de la alternativa en tanto muestran o demuestran las condiciones óptimas y la ambición necesaria para adivinar en ellos que efectivamente quieren y pueden caminar en la profesión con solvencia y las oportunas garantías de hacer una carrera brillante, y hasta esplendorosa, por supuesto ajustándose a la lógica.
Siempre se ha dicho, y yo lo asumo, que en el toreo, por fortuna, nunca dos y dos son cuatro. Es una de las raras y mágicas cuentas del espectáculo.
Pero tampoco acepto que sean treinta y tres. Y, advierto como la pitonisa, que a buen entendedor pocas palabras bastan, ¿está claro?
Y ya que pregunto, añado ¿quién o quiénes están toreando de novillero en las primeras y principales ferias de la temporada?
Torean, en la mayoría de los casos, los que tienen "posibles", palabra referida a medios económicos. Y ya sabe por dónde van los tiros.
No se trata de hacer de menos a nadie. No voy a desacreditar a ningún novillero por el hecho de ser hijo o nieto de un acaudalado personaje.
Es verdad que alguien ha escrito queriendo descalificar a dos muchachos aspirantes a torero por el hecho de estar emparentados con el capital. Y eso está muy mal, créanme.
Perdón por no ser más claro, pero estoy seguro que con esta pista será suficiente. En la profesión ya se les conoce a uno como el hijo del padre, y como el nieto del abuelo al otro. Los dos, no hay que decir más, tienen posibles, o dinero, más que de sobra. Pero, ojo, tienen también -y esto es muy importante- buenos mimbres, muy buen concepto del toreo y valor para exponerlo y desarrollarlo.
Con todo resuelto en la vida, uno y otro están empeñados en sacar adelante una vocación que a todas luces les va a resultar muy dura también a pesar de esos posibles que les respaldan.
De modo que esto no puede ser una crítica porque sí, ni mucho menos. En todo caso, alabanza. Y recalco: por su holgada y muy cómoda situación familiar, uno nada menos que podría estar formándose para dirigir una importante cadena hotelera; y el otro estaría preparándose para ponerse al frente de una de las ganaderías de bravo más apetecibles por las figuras. Es obvio que una y otra circunstancia refuerzan aún más los valores de cada uno de los dos. Por lo que sería injusto marginar el empeño de ambos por ser torero.
Ni mucho menos les puede desmerecer el hecho de llevar una cuadrilla de lujo, estrenar vestido en las ferias importantes (algunas de primera, no hace falta precisar) y acudir a las plazas abordo de una flamante furgoneta.
Todo eso, que para ellos viene a ser pecata minuta, para casi el resto del escalafón se traduce en un durísimo imposible. Y es ahí donde quiero ir.
Éste es el verdadero problema que está afectando al toreo: la muy complicada situación que atraviesa el escalafón de novilleros, por los elevados costes que supone navegar para formarse -el traje de luces, los desplazamientos y el alquiler del coche de cuadrillas-, y menos mal que todavía, en las novilladas sin picadores, hay alguna vía de escape, al contar la organización de las escuelas taurinas.
Resulta que lo empresarios -hasta cierto punto, lógico, pero sólo hasta cierto punto, puesto que de sobra es sabido que para recoger primero hay que sembrar- no quieren perder. Claro que tampoco es de recibo que le cueste dinero al que se pone delante.
Y ya apurando la cuestión, habrá que reconocer que el problema viene de más frentes, para los que se hace necesario buscar solución, o soluciones. Pues las dificultades para programar una novillada picada son horrorosas. Así a vuelapluma se pueden enumerar los gastos, prácticamente los mismos que los de una corrida de toros, de cuadra de caballos, servicio médico, cartelería, sueldos y hotel de cuadrillas, seguridad social, burocracia y papeleo en general, amén del coste del ganado -ahora están los precios de las novilladas más altos que nunca- y todo eso es lo que hace prácticamente inviable el montaje de un festejo con picadores.
Se lo he oído decir este invierno con insistencia a Tomás Campuzano, una de las personas más buenas y más capacitadas que conozco del colectivo taurino. Un hombre generoso y brillante en todas las facetas que ha desempeñado y sigue sacando adelante: matador de toros, veedor, apoderado y descubridor de firmes promesas.
Hacer a un novillero cuesta mucho, clama Tomás Campuzano. Y añado yo que si sólo pueden salir los que están respaldados por una buena economía, mal asunto.
Hace falta que se mueva el escalafón. Pero es absolutamente necesario que el recambio nazca en una competencia donde el amuleto de las oportunidades sea el mismo para todos. En pocas palabras, urge que se den novilladas en un marco de lógica y sensatez para que los novilleros puedan aspirar a formarse como Dios manda.
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