martes, 25 de diciembre de 2012

CUATRO VERSOS TOREROS CON AIRE NAVIDEÑO.

Gabriela Ortega

 Dicen que el Niño Dios 
quiere ser torero
¡ qué maravilla! 
con cinco ángeles del cielo
ya tiene formá la cuadrilla.

CUATRO VERSOS TOREROS 
CON AIRE NAVIDEÑO 

Jesús Cuesta Arana  
EL OJO EN LA MIRADA 
A través de un mundo de bombillas, como peces de todos los colores, la noche de Sevilla se dejó caer con su barroca atmósfera navideña. Una infinidad de luces sobrealimentaban e iluminaban aún más la desigualdad y la soledad de las personas. 

Cortando el frío reinante –el que escribe– salía al encuentro con una mujer de estirpe legendaria: Gabriela Ortega. Gitana por todos los vientos antiguos y la candela torera, bailaora y cantaora hirviendo por la masa de la sangre. 

Llegó la mujer solícita y diligente a la cita desde una modesta pensión –de nombre rumboso en el barrio de la Macarena, donde gastaba los últimos alientos– al pequeño bar de su querencia. El ambiente de la taberna tenía cierto toque decadente y tristón. Sin embargo, unos pequeños cuadros pintados por ella, cándidos muy subidos de color, con mucho “fierismo” racial y quemazón interior representaban al Divino Calvo ( su tío Rafael el Gallo,) entre pirámides, palmeras y obeliscos faraónicos. Pura expresión gitana hasta el último quejío. Ya aposentada en su habitual rincón o rinconcito, la vieja gitana con el pelo todavía selvático y tintura negra, con su voz de aguardiente de Cazalla partió el aire: 

–Pinto estos cuadros por dos razones, una para alegrar la soledad y espantar así el mal bajío y otra por si alguien me da “algo” por ellos. Me da lástima venderlos; pero como nadie me llama ya para recitar que es lo mío ¡Qué remedio!... 

Al albur de un vaso de tinto para calentar el alma del frío que siempre llegaba tarde o temprano. La mítica gitana de mirada azabache, masculló entre dientes: 

–Yo he vivido muchas navidades mejores. Recorrí medio mundo y en mi casa nunca faltó el pan, el cante y la buena compañía. Pero eso no quiere decir que yo no siga siendo una artista de tronío. 

En el ínterin un lotero ofreció a Gabriela un décimo para el sorteo del Niño. 

–No; gracias. La suerte ya la tuve… No tengo ganas ni fuelle para buscarla otra vez… 

La recitadora calé se retrataba –en claroscuro– nimbada por una neblina de humo con su faz cincelada y patinada por el tiempo; un cigarro tras otro y un buchito de vino para acompasar. Un monumento a la heterodoxia gitana. El ser diferente se paga. Costó el reconocimiento en su tierra. Merced a unas almas caritativas “que gastaron mucha suela de zapato”, recorriendo muchos despachos, para que hoy se recuerde a la sin par rapsoda en un sitio de privilegio (rozando la glorieta de Bécquer) en el Parque de María Luisa. 

Tenía Gabriela tanta gracia, tanto pellizco, tanto soniquete y tanto no sé qué como su honda estirpe. Su voz “afillá” era como la del genio jerezano Manuel Torre, puro tronco negro de faraón. 

Escuchar a Gabriela Ortega era sumergirse en mundo de imposibles; en territorio sin mapa donde vivían gente sin cuerpo. Fascinante cuando teorizaba que en la sumergida Atlántida se toreaba ya. Y que bajo aquellas aguas misteriosas –junto a las Marismas de Sanlúcar de Barrameda– duerme el germen del Toreo. Para la señá Gabriela no todo está en los libros, sino también en la magia ancestral o en las razones incorpóreas. 

En la tele del bar se oía el anuncio de vuelve a casa por Navidad y más lejanamente se oían villancicos –voces infantiles– en un comercio al reclamo del consumo. Por la calle se veía a un niño con pinta de gitanillo que aporreaba con entusiasmo una pandereta de plástico. El frío se hacía más denso, caía en picado por momentos. La atmósfera empezaba a tomar un brillo de cera. El relente corneaba bravo. 


Mi larga conversación –como un cuento navideño real y agridulce– con la genial gitana iba finando. La mujer no gastaba ya reloj. ¿Para qué?... Un postrero o penúltimo trago de vino rojo. Me atreví a pedirle a Gabriela unos versos de despedida. Se quedó pensativa como tanteando el aire. Los ojos como dos toros zainos y abriendo su boca –que era más bien boca de volcán– me improvisó estos cuatro versos. Entre un escalofrío –que no por el frío reinante– ,la célebre rapsoda de Uno, dos y tres, tres banderilleros en el redondel” sopló su voz ronca entre una vaharada de humo:

Dicen que el Niño Dios /quiere ser torero/ ¡ qué maravilla! / con cinco ángeles del cielo/ ya tiene formá la cuadrilla. 

Instantes después, a la vieja gitana se la fue tragando la medianoche oscura a pesar de la inmensidad de luces de colores. La vi desaparecer muy despacio a la hora de los duendes para dialogar con el silencio. 

Unos versos inéditos que guardaré siempre como el mejor regalo de una noche de Navidad a la vera de la Macarena en Sevilla. De aquella fascinante mujer –del árbol flamencotorero de los Ortega– que nació en la misma casa de los Gallos (tenía cinco años cuando el drama de su tío José de Talavera). Y que se fue tan gitana y tan pura por el firmamento arriba donde ya siempre tendrá su buena estrella de plata. Desde el año 1995 comparte mausoleo (de Benlliure) con sus tíos Joselito, Rafael el Gallo e Ignacio Sánchez Mejías ¿Para qué más gloria en la tierra? 

Han pasado algunos años de mi encuentro con aquella célebre gitana, pasto del olvido, me parece un sueño alargado en el tiempo. Ya está aquí otra vez la Navidad con su alegría reventando luces y mucha tristeza para los que no tienen nada que son muchos. Un tópico que nunca cansa de decir. 

GABRIELA ORTEGA GÓMEZ, 

Nació en Sevilla, el día 15 de Agosto de 1.915 en la Alameda de Hércules y en la Casa de sus tíos los Famosísimos Toreros, RAFAEL y JOSELITO EL GALLO.

GABRIELA, fue el eslabón de una Dinastía de andaluces geniales, que han dado lustre y esplendor a nuestra tierra y que han dejado preñadas las páginas de la historia de su arte, por toda la geografía española y muchos países de América, Francia y Portugal.

Su voz, desgarrada, autentica, que sale del alma de un pueblo mestizo y sabio, donde la gracia de Cádiz y el arte de Sevilla, se mezclaron, creando el prodigio irrepetible y único de una GABRIELA UNIVERSAL.

Una tatarabuela suya llamada también Gabriela, tuvo cuatro hijos Toreros.

Por esa época comienza, la dinastía de los GALLOS. Barrabín, El Labi, El Marinero, El Cuco, El Lillo, El Almendro y algunos más, dan al historial de los Gallos y los Ortega un abolengo taurómaco único, que llega hasta Enrique Ortega, (El Cuco), padre de GABRIELA. Más conocido es aún el apellido Ortega, por los cantaores y bailaores apellidados así. Bastaría recordar a Enrique El Gordo, a Curro Dulce a Espeteta y a la Dinastía de los Caracoles; su primo MANOLO CARACOL. Grande entre los más grandes del cante flamenco.


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