domingo, 30 de diciembre de 2012

ANTONIO D. OLANO, QUE A SABER DÓNDE ESTARÁ.


"Una gran Plaza de Toros, con un abono de barrera para mí, y un arroyo con truchas en el que no se permitiera pescar a nadie más, y dos casas bonitas en el pueblo: una para mí y mi mujer y los chicos, a los que yo querría mucho, respetando la monogamia; otra, donde tendría a mis nueve amantes guapísimas en nueve pisos diferentes..."
Ése era el Cielo que a Scott Fitgerald, por carta, le contó Hemingway, el ordoñista.
Olano, luismiguelista, se ha ido sin acabar su "Hemingway, eres un imbécil" 

Antonio D. Olano, que a saber dónde estará

Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Nunca respondí a su última llamada, porque prefería hablarlo todo en la cena apalabrada con Catalina, con Lola, con Valle…, pero ese mismo día lo ingresaron, y hasta esta mañana no lo volví a ver, que tampoco lo vi, porque los muertos no me van, y Antonio es lo menos parecido a un muerto que uno se pueda imaginar.

–Ven, Borita, deja que te embalsame –era la manera antonina de ponerle a Borita Casas (“Antoñita la fantástica”) el abrigo de pieles al salir de las cenas de Camba en Casa Ciriaco.

Y se tronchaban de risa los dos.

En el tanatorio, a primera hora, he visto a su hermana Pilar, a su sobrina Luz, a sus amigos… José Utrera, febril y, sin embargo, tan terne en su dignidad (“el deber es el deber”)… Juan Lamarca, “inflexible, majestuoso, formidable” en la amistad, como dice Camba de los guardias ingleses para la cosa de la autoridad… Alfonso Arteseros, un olanesco guiño de Pop-Tops (¡oh, aquel “Mamy Blue” de Phil Trim!) en esta niebla de Madrid, fría y funeral…

Conocí a Antonio D. Olano en enero del 82, cuando me llamó pidiéndome permiso para enviarle un ataúd a Pedro Ruiz, que me había dejado una corona de muerto en el ABC.

Y ahí me ganó Antonio, a quien yo ya miraba con ojos de estupor, que son ojos de garza culebrera, porque, en el país de los logreros, ese hombre se había hecho franquista el día que murió Franco, al modo como Ruano había sido republicano en la Monarquía y monárquico en la República, es decir, independiente.

–Lo que peor perdona cierta clase de humanidad inferior –tenía dicho Ruano– es la independencia. La felicidad de la independencia. La ironía de la independencia. En suma: el que nos tomemos la gracia y la justicia por nuestra mano.

Gallego de Villalba, “como Fraga y como Rouco”, con una inteligencia chisposa para cualquier conversación (lo había leído todo), que se disolvía en maledicencia salvada por la ternura y el humor, Olano nos libró de mucho muermo.

Del periodismo sólo le gustaba presumir de haber acompañado a Juan Ignacio Luca de Tena al aeropuerto de Barajas para recibir a Foxá, enfermo terminal (“soy el último de Filipinas”).

Una noche te contaba cómo le sonsacaron a Antonio Gala la ficha de nacimiento en Brazatortas, Ciudad Real, cuando todos lo hacían cordobés.

A la noche siguiente te llevaba a visitar al centenario Pepín Bello, su vecino, que se ponía zapatos para recibir y convidaba a cerveza.

Y otra noche te presentaba a las “señoras tetas” de Libertad Leblanc.

–Hombre, príncipe. Te presento a las señoras tetas de doña Libertad Leblanc.

Y ahí estaba ella.

Como estuvieron Picasso y Dalí, el Ché (de uniforme y por la Gran Vía) y Dominguín, Borges y Futre, Marlon Brando y Jean Cau, Lucía Bosé y doña Antonia, señora madre de Poli Díaz, que una madrugada, al regreso de un combate en Palencia, abrió en Vallecas un sacó de harina y nos hizo buñuelos hasta no poder más.

Ya es bonito.
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