PLAZA DE TOROS DE SEVILLA |
Por ser de plena
actualidad, exponer con claridad la realidad de nuestra Fiesta en Sevilla y
coincidir plenamente con la pustura y planteamientos taurinos de UTAA-SEVILLA, como
puede leerse en nuestra página web uta-sevilla.org ,se transcribe el
artículo de Rogelio Reyes, de la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras,
que publica ABC de Sevilla el 15 de mayo de 2014.
EL DESENCANTO DE LOS
TENDIDOS
El pobre balance artístico de las corridas de Feria de este
año en la plaza de Sevilla invita a algunas reflexiones que afectan a la
esencia misma de la fiesta, a su inmediato futuro y a su pervivencia en el
tiempo tal como hoy la entendemos quienes pugnamos por evitar la progresiva
desnaturalización de un ritual antropológico y cultural de tanta grandeza. Y
también claro está, por asegurar la seriedad y el prestigio de una ciudad como
Sevilla, referencia angular en la génesis y evolución del arte taurino y hoy
por desgracia en trance de erosionar frívolamente tan alto patrimonio.
Las exigencias de unos
y los intereses de otros, la contumancia de éstos y las torpezas o
inhíbiciones de aquellos han hecho imposible, contra toda lógica, la solución a
un problema -el desacuerdo entre la empresa y cinco de las primeras figuras-
que debería haberse resuelto con altura de miras, evitando el deterioro de una
plaza, una afición y una ciudad en fiestas que no merecían tan desatento y al
mismo tiempo tan suicida desenlace.
Una muestra más en mi opinión, de la perdida de pulso y de
la desalentadora inconsciencia con que la Sevilla de hoy se revela, tanto en
este como en otros aspectos de su perfil social, incapaz de situarse al nivel
de su categoría historica y de su probervial sentido del decoro.
Que un lugar donde la tauromaquia nunca ha sido un aderezo
intrascendente sino un rasgo central central de su identidad no haya logrado
evitar tan desafortunado final, no hace sino confirmar los augurios mas
pesimistas sobre la escasa entidad de su sociedad civil y de sus mismas
instituciones.
La drásctica reducción de los abonos, la triste visión de
los graderios semidesierto y la falta de ilusión del público han hecho un flaco
favor a la imagen del toreo y han generado en la afición un desencanto de
consecuencias nada propicias al arraigo social de la corrida.
Y ello en el momento más inoportuno, cuando la fiesta de los
toros, además de hacer frente a los envites foráneos de la sensiblería
animalista y del sectarismo político, se ve paradojicamente obligada a
defenderse también de los propios adversarios internos que parecen ignorar que
solo en la autenticidad tiene garantizada la supervivencia.
Sería un error sin embargo, atribuir en exclusiva el corto
resultado de este año a la ausencia coyuntural de esos cinco matadores. Su
vacío se ha dejado sentir en la desatención del público, en su aburrido
talante, en el escepticismo con el que ha acudido a la plaza y en su falta de
fe en el torero o aún muy bisoños e inexpertos o, salvo algún noble gesto de
pundonor bastante mermados de ánimo.
Es obvio que, de haber estado los cinco en los carteles, el
balance de la lidia hubiera sido menos desolador de lo que ha sido. Pero no
hasta el punto, en mi opinión, de hacernos olvidar el mal que con más fuerza
contribuye al desánimo del aficionado y a la irritante frustración con que, al
borde del abandono, viene asistiendo desde hace ya algunos años, una tarde tras
otra, al reiterado episodio de la degradación del toro de lidia.
Se pulsa en los tendidos el progresivo desaliento de una
afición que sostiene a la fiesta y que pacientemente soporta hasta la náusea un
intolerable ritual de monotonía. Monotonía en la factura técnica de los nuevos
toreros, contagiados de un sobreactuado manierismo de escuela que enmascara su
genuina personalidad. Motonía en la elección de los lances, más sujetos a modas
que adecuados a las axigencias de la lidia. Y monotonía -y esto es lo más grave
de todo en la escasa fortaleza del ganado, tal vez más “noble” y “bonancible”
que nunca, acometiendo en el mejor de los casos, una y otra vez a la muleta con
la regularidad de un autómata pero con la flojedad y cansina embestida de un
animal prematuramente rendido.
No sabría decir si es o no verdad, como muchos afirman, que
hoy se torea mejor que nunca. Sí desde luego más ceñido, con más ligazón y más
voluntad estética que antaño, lo que parece reclamar un arquetipo de toro que
posibilite faenas largas y repetitivas, con más desmesura numérica que
condensación técnica y con más belleza formal que efectividad lidiadora en
sentido estricto.
Nada habría que objetar a la legitimidad de ese canon,
producto al fin y al cabo, como en todas las expresiones artísticas de la
natural evolución de los gustos, si la obsesiva búsqueda de ese toro ideal no
hubiese derivado en la cansada uniformidad de hoy y en el aburrimiento que
suscita la alarmante proporción de reses sin fuerzas, al borde de la caida o
faltas de movilidad, como salen por los chiqueros de nuestras plazas. Que hacen
del todo imposible la práctica del toreo al faltar la emoción, piedra angular
de la tensión dramática que exige la fiesta.
Bienvenidas sean, por supuesto, las campañas destinadas a
ponderar el enorme peso cultural y artístico de la fiesta de toros, su profundo
sentido antropológico y su significación simbólica como metáfora de la
condición humana. Y también, naturalmente, las iniciativas que busquen el
acercamiento de nuestra juventud a tan rico y hermoso patrimonio del todo
ausente, de manera incomprensible, de nuestro sistema escolar.
Gestos todos ellos encomiables para neutralizar toda una
desafección a las corridas que por lo general procede más del desconocimiento
que de la inquina de sus detractores. Pero antes habrá que asegurarse de que es
en el mismo ámbito taurino donde primero se propugna la verdad de la fiesta, no
sea que alanceando solo a los peligros externos y condescendientes con los
propios nos encontremos un buen día con los tendidos despoblados de aficionados
repletos de desencanto.
ROGELIO REYES
Real Academia Sevillana de
Buenas Letras
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