jueves, 11 de octubre de 2018

LA DE OTOÑO,, FERIA DEL BOMBO... ¡Y DE URDIALES!...

Por Juan Miguel Núñez Batlles

La Feria de Otoño en Madrid, que iba a pasar a la historia como "la del Bombo", al final ha sido la de Diego Urdiales, con todo merecimiento por su gran y rotundo triunfo en la misma.
La llamaban la del artilugio de la lotería, aunque no llegó a confeccionarse con ese mecanismo, pues se hizo una especie de sorteo metiendo en sendas urnas las papeletas con los nombres de los toros y de los toreros que se anunciarían. Así que no hubo tal bombo, aunque sí que salieron los deseados premios. Además del “gordo” de Urdiales, otros asimismo de notable consideración.
Los resultados han sido las anheladas recompensas, sobre todo para ese “público diez” que ha respondido con más abonos y mejores entradas de lo previsto.   
Los novilleros –ay, la cantera- pasaron con más pena que gloria, que es como decir en el lenguaje lotero que ni para la pedrea estuvieron. Para más inri, en su debe, los novillos de Fuente Ymbro brindaron una buena oportunidad. Y ninguno cortó orejas. 
Y dado que la feria hay que resumirla y valorarla en función del número de trofeos, ahí van unos cuantos y sus circunstancias.
Emilio de Justo salió a hombros con dos orejas, una y una,  por una gran estocada y una gran estocada. Es decir, dos grandes y contundentes estocadas.
Y la apoteosis el domingo, queda dicho, en el cierre de la Feria, de un Diego Urdiales que de pronto ha adelantado con gran ventaja a todo el escalafón. No en balde Madrid sigue consagrando la cotización de los toreros. Urdiales cortó tres orejas, que se dice pronto, con la plaza rendida al arte y la esencia de su toreo, ahora mismo el más puro y auténtico de los que andan en uso. De modo que además de los múltiples reconocimientos que le han de venir en un futuro inminente, su nombre, Diego Urdiales, es el que pone título a esta Feria, ¡y en letras de oro!
Otro que ayudó al bombo, a dar consistencia a priori a los alicientes del ciclo, pues era la única figura como tal que se echó “p´adelante”, fue Talavante, que además se apuntó a dos paseíllos. Y al final, nada, porque los toros se le negaron. Talavante no pudo hacer de su gesto una gesta, como todos esperaban.
Hay que hablar asimismo de Diego Ventura, el rejoneador, que en una encerrona fuera de abono y del bombo, rozó la desventura, puesto que la tarde, a pesar del esfuerzo interesado de determinada prensa que hace palmas de los silencios,  la tarde, digo, iba mal, muy mal al doblar el cuarto astado. Y a propósito, ¡qué menguadas astas! Mutiladas las defensas de los toros, pienso yo, más allá de lo permitido. Me pregunto si no hay manera de controlar esto del afeitado “reglamentario”, y a propósito entrecomillo lo de reglamentario.
Ventura respiró en el quinto, con la ayudita del “Palco”, que se dejó llevar por la fiebre del apasionado, y poco ducho en la materia, público de esta especialidad. Y medio lo arregló con una faena notable, ésta sí, al último de la función. Aunque por buena que fue su labor en el sexto -un gran toro de Moura reconocido con la vuelta en el arrastre-, sin  embargo, la pésima colocación del rejón de muerte tendría que haber frenado la alegría del presidente Justo Polo, deshonra esta vez de su nombre. Pues no fue justo dar las dos orejas tras un infame bajonazo. ¡Por Dios, que estamos en Madrid!
De modo que son muchas las circunstancias de la Feria.
El confirmante Pablo Aguado, que entró a última hora por el tristemente lesionado Paco Ureña, ha dado a entender que tiene mimbres para hacer buenos cestos. Cortó una oreja de peso. 
En la corrida de cierre, la de la locura por Urdiales, también Octavio Chacón dio una lección de valor y se llevó un apéndice.
Esta fue la Feria del Bombo, que por lo que ya cuentan los mismos que la idearon, no tendrá continuidad en San Isidro. ¿Pues en qué cabeza cabe que las figuras vayan a sortear ganaderías y compañeros de terna?
Dicen que Simón Casas anda dándole vueltas a otro sistema, de hacer grupos de toreros y de ganaderías, que participarían en sorteos diferentes. 
Lo que sea, pero háganlo con seriedad y afición. Toros con garantías de un espectáculo digno, íntegro y brillante; y toreros que se lo ganen por su capacidad demostrada. Es lo que necesita “la Fiesta”. Por ejemplo, De Justo, Urdiales, Aguado y Chacón.
¿Ah, y porqué no se le ocurrió dejar puestos vacantes en los carteles, para los posibles triunfadores de la temporada veraniega en Las Ventas? Ahí estuvieron Fernando Robleño, Juan Ortega y Cristian Escribano, entre los matadores,  y el novillero Jesús Díez. Cada uno de los cuatro, protagonista de una particular y brillante épica, cuyo reconocimiento por parte de la empresa está ahora aplazado.
Esto no pasaba con don Pedro Balañá Espinós,  el empresario que tanta gloria dio a la Barcelona taurina ahora defenestrada. Ni con don Manuel Chopera, el hombre que puso la feria de San Isidro y la temporada en Madrid al más alto nivel, y de cuyas rentas están viviendo los presentes.
Fueron aquel Balañá y aquel Chopera, auténticos señores, tan honestos como brillantes gestores del toreo.

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