Por Juan Miguel Núñez Batlles
¡Eeeeeespartacooo.....! ha sido un grito muy frecuente y muy celebrado en las plazas de toros, en las principales ferias, a lo largo de muchas temporadas. Un grito que me sale ahora del alma.
Y no sé si, en el clamor de mi voz, arrastro alguna deuda que dejé pendiente con el torero en cuestión, en sus tiempos estelares cuando estaba en plena actividad en los ruedos. Quizás, en alguna crónica no fui justo con él. No sé si alguna vez me pude exceder en la censura o sencillamente en otras ocasiones no llegué a los elogios que merecía. Pero en aquel pasado no voy ahora a desandar caminos.
Porque en la panorámica de la vida me llega en este tiempo la oportunidad, que quiero aprovechar, de cantar sus virtudes, sobre todo como persona.
Pues más allá de la inteligencia y el valor sin límites de Espartaco en su forma de torear, y del dominio y el poder traducidos en una técnica infalible, incluso de su entrega sin reservas, todo ello en el ruedo, lo que yo quiero ahora es elogiar su excepcional catadura moral.
Al Espartaco retirado ya del resplandor y oropel de la fama, que ha sedimentado sus actitudes y conocimientos para mostrarnos ahora una hermosa lección de humanidad, quiero felicitar y dar las gracias por el ejemplo de su propia vida.
Dos circunstancias muy recientes en torno a él me lo han recordado: el pregón que pronunció en Huelva hace unos días, y su triunfo incontestable como ganadero también la semana anterior en la monumental de Las Ventas. ¡Con qué naturalidad y brillantez se han sucedido ambos acontecimientos!
Fue Espartaco, es, la elegancia de lo bello y lo fácil de hacerlo desde la sinceridad.
En el pregón para inaugurar la Feria Taurina de las Colombinas, Espartaco contó su vida. Un relato atractivo y fascinante, lleno de ideas. Esa vida de figura del toreo que parece fáci y, sin embargo, es harto difícil.
Una vida orientada al triunfo y al bien. Parece mentira, de una niñez tan rural y tan primitiva como la suya, donde ha llegado Espartaco.
Y es que, la base de sus planteamientos como persona ha sido siempre la sinceridad, para ser capaz de todo, incluso de aceptar sus fracasos personales. Sincero y auténtico, Espartaco, generoso y amoroso.
Un día me llamó la atención esta confesión suya: "sólo he sido feliz con el triunfo de mis compañeros, cuando me retiré". No cabe mayor franqueza. Y la definición rotunda de lo que ha sido su espíritu combativo y de superación.
Por eso, el pregón de Espartaco en Huelva no puede pasar desapercibido.
Un discurso lleno de sinceridad y amor. Sin folios escritos para leer, porque las palabras venían directamente del corazón.
Así, cuentan las crónicas del acto, concurrió Espartaco ante el expectante auditorio sin un sólo papel por delante, apoyándose, palabra a palabra, en los sentimientos de sus propias experiencias. Su vida. La historia de su vida a pecho descubierto. La que, según él, nunca antes se ha contado.
Una vida que comienza cuando, siendo niño, Espartaquito se iba con los amigos al malecón de su pueblo, Espartinas, junto a la carretera general entre Sevilla y Huelva, para ver pasar los coches de cuadrillas que iban a torear a las Colombinas.
Aún siendo mentira –reconoce ahora-, aquel chiquillo presumía de que en uno de esos coches iba su padre.
Porque su padre era torero. Antonio Ruiz, el primer “Espartaco”, aquel honrado matador que habiendo sufrido el desencanto de la profesión en un duro e injusto periplo que no le permitió ni siquiera poner la cabeza en la almohada de los sueños, sin embargo, no dudó en traspasar las ilusiones a su retoño, primogénito de una extensa prole, volcándose en su educación para hacer de él un hombre cabal, que, por supuesto, tendría la meta de alcanzar la gloria como figura del toreo.
Y así fue. Con el paso de los años, fue el hijo quien pasaría por aquella carretera haciendo realidad el sueño del padre. “En mi sueño, se materializó el suyo”, proclamó orgulloso en su discurso Espartaco.
Y por tanto, lo que le contaba a sus amigos no era verdad, pero tampoco era del todo mentira. Sólo que tuvo que pasar el tiempo para que se cumpliera.
Grande Espartaco, por sus enseñanzas, que no cesan aún retirado de la actividad de torero de luces.
Y grande, muy grande, también como ganadero por ese triunfo en la final del certamen de novilladas nocturnas del verano en Madrid. El público y los toreros de ese día hablan y no paran de la calidad de los novillos de Espartaco. Y éste, con su habitual modestia, se quita méritos admitiendo sólo que “gracias a Dios, salieron nobles”. Y todavía añade que “la gente me quiere mucho y tengo muy buenos amigos”. Palabras textuales del ganadero al escuchar los primeros comentarios elogiosos que se hacían de él y de su ganadería.
Sin duda, estamos ante una admirable personalidad en lo que a valores morales proyecta el toreo: la gran humanidad de Espartaco.
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