La tarde de las cuatro orejas de Paco Ureña en Bilbao ha sido algo inenarrable. No sólo por el escenario, si no por el contexto en el que ha sucedido. Hasta ahora el gran suceso taurino del año; y de dos generaciones que han tenido que pasar para volver a contar algo igual.
Pues fue el 20 de agosto de 1964 cuando "El Cordobés", Manuel Benítez , con la aureola de triunfalismo que arrastraba por todas las plazas en aquella época, firmó un acontecimiento de idéntica envergadura. Cortó Benítez cuatro orejas, hace 55 años.
Y, ahora, claro está, la diferencia entre aquel torero de masas, y este Paco Ureña, cuya personalidad y estilo están más en las preferencias de los aficionados puristas, y muy exigentes, aporta al acontecimiento un plus de notable mérito.
Aunque no es cosa de entrar en comparaciones para poner a uno de los dos, "El Cordobés" o Ureña, por delante uno del otro.
Aquel fue una especie de dios del pueblo, ídolo de multitudes, que le aclamaban y veneraban por su gran logro en la vida -de la nada, y socialmente excluido, a ser multimillonario y codearse con personalidades de mucho rango-, mientras que este Ureña se proyecta como torero de época; y para ello se hace valer no sólo del arte y el coraje que son premisas fundamentales en la profesión, si no también del talento (una virtud innata en él) y el sacrificio (su principal apuesta personal). Así avanza Ureña; renunciando a vender la lástima porque un toro le quitó un ojo en la feria de Albacete, en septiembre del año pasado.
Ureña dijo que seguía, pero sin ventajas ni favores, con la misma pureza y exigencias de torero clásico y responsable. Y todavía con más tesón y entrega.
Había que redoblar esfuerzos. Y ya lo creo que los redobló. Hasta llegar al 16 de marzo, en Valencia, en la Feria de Fallas, donde reapareció llevándose el trofeo a la mejor faena del ciclo.
Desde entonces, podría suponerse que iría todo más cómodo, pero, al contrario.
Las figuras, que sabían de su disposición y carácter frente al toro además de sus propias cualidades artísticas, aunque se hace todo de forma sibilina para que no transcienda, le han ido cerrando el paso en algunas ferias -Pamplona, una de ellas-, y desde luego esquivándole en las sustituciones que se producían en los carteles de más relumbrón. Y eso que su apoderado es supuestamente Simón Casas, que, sin embargo, está más volcado en la carrera de su paisano el francés Castella.
De modo que sólo el propio Ureña sabe lo ha tenido que pasar en los últimos once meses, hasta llegar a Bilbao, el viernes de la semana pasada.
Y como hay que remitirse a las pruebas, ahí van los datos de Ureña en este 2019, año de su reaparición tras lo de Albacete;
Desde Valencia hasta hoy ha hecho 17 paseíllos, con triunfos totales en Madrid (tres tardes, la última con Puerta Grande), Nimes (Puerta de los Cónsules), Arévalo (indultó un toro de Garcigrande), Santander (mejor faena y triunfador de la feria), otra vez Valencia (de nuevo triunfador y mejor faena), Socuéllamos, Almería (mejor faena otorgado por el Círculo "La Amistad", el único galardón de prestigio fallado hasta ahora de aquel ciclo andaluz), Bilbao (motivo de este comentario, el 23 de agosto, y habría que añadir el año de gracia, 2019, ya para los anales), Cieza y Colmenar Viejo.
Para los perversos fue noticia porque no cortó nada en las plazas de Sevilla, Gijón y San Sebastián.
Y un dato elocuente: ha hecho doblete en Colmenar Viejo, donde estaba anunciado en principio sólo un día. El empresario (avispado y justo empresario Carlos Zúñiga Jr.), tras el zambombazo de Bilbao, le contrató para sustituir a Pablo Aguado. Y, está claro, reinó también en la taquilla y en el ruedo de la exigente plaza de la sierra madrileña.
A ver si cunde el ejemplo, se plantea la afición. Pues Ureña tiene que entrar en los carteles de postín, porque es él precisamente quien da categoría y relevancia a las combinaciones. Y que se dejen los del "sistema" de compadreos y cambios de cromos, ya está bien.
Estos días se han acabado los calificativos para ensalzar su toreo. Y es que, con televisión por medio, los públicos de toda España lo han vivido con encendida pasión y júbilo.
Del Bilbao taurino, empezaban a hacerse panegíricos por la poca gente que acudió a la Plaza esta recién finalizada Semana Grande. Pero la solución ha llegado a última hora. Ureña es el que puede devolver el interés perdido. No hay otro. Por la torería que rezuma su estilo y personalidad, y porque "se arrima" más que ninguno, lo mismo con el capote que con la muleta.
Estos días, viendo fotos de Ureña en Bilbao he vuelto a apreciar detalles determinantes y definitivos de su apoteósis.
Lejos de los demás con esos principios de faena de pases cambiados, o los finales de inevitables bernadinas o manoletinas, o remedos de vaya usted a saber. Además de la nefasta utilización "del pico" que, por cierto, ya nadie denuncia.
Ureña es diferente, en tanto anda entre mágicos doblones; estupendos, curvilíneos y ajustados derechazos y naturales; aderezadas las series con improvisación y regusto en los remates. Y el temple -ay, el temple-, la despaciosidad y la quietud, la alegría y el encanto del toreo a dos manos para abrochar la faena.
Y ya, si entra la espada a la primera, haciendo la suerte con mucha verdad, como ocurrió en los dos toros de Bilbao, pues ¡apaga y vámonos!
Por eso Ureña, no es casualidad, ahora mismo es el más grande.
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