No se quiere despedir octubre, mes maldito ya, sin abundar en la pena, por la triste noticia que nos ha llegaba este fin de semana desde Salamanca, con la muerte de Juan Carlos Martín Aparicio.
Qué desconsuelo por el amigo querido y admirado Juan Carlos.
Su partida nos llena de congoja, al tiempo que se nos amontonan los recuerdos en una ingente y urgente recapitulación de variopintas situaciones compartidas en circunstancias a veces imprevistas, la mayoría, eso sí, enmarcadas en el gozo y la alegría de la fina ocurrencia que presidía sus actuaciones. Porque, cómo fue Juan Carlos, de guasón y jocoso, también de elegante y refinado, en el porte y en el habla.
Y digo bien lo del habla, a pesar de su conocida tartamudez. No me vaya a ironizar algún perverso por ahí. Pues sabía controlar Juan Carlos el tiempo y los espacios verbales, con las oportunas pausas e incisos en sus intervenciones públicas, sobre todo con micrófono delante.
Admirable su transformación y autocontrol en este sentido. Soy testigo por la cantidad de tertulias que hemos compartido en los conocidos “Coloquios Taurinos” que dirige Leopoldo Sánchez-Gil, nuestro extraordinario y portentoso maestro en estas lides, en las ferias taurinas de Salamanca y Bilbao.
Leopoldo, que a estas horas, estoy seguro, sufre el abatimiento de la pena por la triste desaparición del amigo.
Y hay que resaltar la condición de comunicador diez de Juan Carlos, sobre todo por su forma de decir las cosas y de escribirlas, de elegir los temas.
Destacado hombre y nombre de la literatura costumbrista –en la que en definitiva hay que encuadrar su estilo-, por su lenguaje acertado, entretenido y delicioso, y directísimo, o de muy pocas palabras.
Su obra bibliográfica cumbre es "Salamanca, tierra de Toros", libro en el que hace un maravilloso canto a la historia de los suyos. Porque Juan Carlos ha sabido reflejar y ponderar el habla y costumbres, las inquietudes, frustraciones y grandezas, tanto de la gente rural como de la otra sociedad salmantina; o lo que es lo mismo, en la doble vertiente de lo popular e intelectual.
Así firmó Juan Carlos Martín Aparicio sobre todo en “La Gaceta”, el periódico de su querida Salamanca, y hace ya mucho, en la etapa anterior de la revista “Aplausos”, reportajes y artículos en los que acertadamente se retrata el ambiente ganadero charro al que ha estado siempre tan vinculado.
El estilo de Martín Aparicio es admirable y de muy rotunda exactitud, sobre todo por los giros y expresiones idiomáticas que tan magistralmente ha utilizado.
Y esto, teniendo en cuenta que su principal actividad fue la de ganadero, tiene todavía más consistencia periodística y literaria.. Porque le vino por línea directa familiar, y porque por afición, vocación y devoción, no hubo para él otros entretenimientos.
Por eso, en el pésame a su familia, a su mujer, la admirable Encarna, y a sus hijos; a la hermana, la señora más señora de las ganaderas salmantinas, Mari Lourdes Martín de Pérez-Tabernero; y a los que sienten su muerte como algo muy íntimo, ya no cabe más que reconocerle y hasta admirarle por su estilo y filosofía de vida.
Juan Carlos vivió, quede claro, como quiso. Fue lo que él había elegido, y bien lo ha disfrutado.
Dios lo tenga en su Gloria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario