Antonio Bienvenida en la puerta de cuadrillas de Las Ventas
Ya han pasado 39 años de la muerte de Don Antonio Bienvenida. A las cuatro menos cinco de la tarde del 7 de octubre de 1975 fallecía el maestro a causa de las graves lesiones medulares que le produjo la vaca Conocida tres días antes, en aquel accidentado tentadero. en la finca de Dª Amelia Pérez Tabernero del término madrileño de El Escorial.
Nació en Caracas, Venezuela, el 25 de junio dde 1922, pues sus padres se encontraban en América. Fue el cuarto de los seis hijos, todos ellos toreros, del matrimonio formado por Manuel Mejías Rapela, el legendario Papa Negro, y de la sevillana Carmen Jiménez.
En su recuerdo traemos la crónica de su primera corrida de seis toros en Madrid, en la Corrida del Montepío de Toreros, en el año 1947:
- "Antonio Bienvenida mata seis toros de don Antonio Pérez, de San Fernando, corta cuatro orejas y sale a hombros por la puerta grande"
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Su primera corrida de seis toros en Madrid, en 1947
El director del "El Ruedo", Manuel Casanova, lo resumió en estos términos: "Antonio Bienvenida mata seis toros de don Antonio Pérez, de San Fernando, corta cuatro orejas y sale a hombros por la puerta grande". Pero no se olvidó de un matiz importante: "La Plaza se llenó y el festejo duró menos de las dos horas". Se trata de la primera encerrona que Antonio Bienvenida mató en Madrid, el 21 de septiembre de 1947. Con el correr del tiempo sería el torero que más veces actuó en solitario en Madrid, pero esta primera, a tenor del cronista fue especial. En las propias palabras de EMECE: "La característica de la corrida, aún sobre lo mucho bueno que hizo Antonio Bienvenida, estuvo en lo fácil, en lo suavemente, en lo elegantemente con que desarrolló su difícil empeño".
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¿Qué aficionado, o mejor dicho, qué «taurino» de esos que presumen de poseer todas las informaciones de primera mano hubiera predicho hace dos meses que la corrida del Montepío la iba a torear, y como único espada, Antonio Bienvenida? Ha sido asi, sin embargo, y ha representado un triunfo que pocos, esta es la verdad, esperaban. A él ha contribuido, evidentemente, el buen arte del torero madrileño; pero no menos la acogida del público, que, llenando la Plaza primero y aplaudiendo con emoción el gesto después, reforzó al torero en su moral; que es de lo único, no de sus aptitudes de lidiador, de que Antonio Bienvenida andaba decaído. Se ve así cómo la Fiesta gana cuando nada se interpone entre el torero, que es el que se juega la vida, y el público, que sabe estimar el esfuerzo y lo premia con largueza.
Porque si en Antonio Bienvenida fué el gesto de buena hombría, en él público fué ya el clamor antes de saber lo que en la corrida iba a pasar. En esta ocasión puede decirse que el público ayuda a lances y a pases, y a que las estocadas cayesen hasta la cruz enterradas en lo más alto del morrillo.
Asi fué.
La característica de la corrida, aun sobre lo mucho bueno que hizo Antonio Bienvenida, estuvo en lo fácil, en lo suavemente, en lo elegantemente con que desarrolló y dio fin al difícil empeño.
Antonio ahuyentó desde el primer instante toda sensación penosa de lucha y de esfuerzo. Todo pareció naturalísimo, como si no se tratara de una gran hazaña torera encerrarse con seis toros en la Plaza de Madrid, casi al final de una temporada en que el propio torero, por una cogida de curación lenta y por una serle de imponderables, que será conveniente comentar alguna vez, no estaba, como se dice en el «argot» taurino, «embalado».
Por eso, el triunfo de Antonio Bienvenida ha sido tan considerable; porque de todos es sabido la buena clase de su toreo, uno de los de más calidad entre los toreros contemporáneos. Ahora ya no podrá ponerse en duda tampoco su decisión.
La corrida del domingo transcurrió en un puro aplauso. A la manera como Antonio toreó de capa, especialmente al tercero; a la variedad y a la gracia fina de los quites, a su constante intervenir para colocar a los toros, en suerte, a sus faenas de muleta justas, en las que intercaló pases magníficos con la izquierda y con la derecha, y a su buena ejecución en la suerte de matar. Por complacer al público, hasta banderilleó con soltura, aunque. no sea éste su fuerte --ahora, porque antes frecuentaba las banderillas y lo hacia bien--, y hasta para recibir los aplausos continuados estuvo discreto, que muchas vueltas al ruedo no se han cocido sino en la mente de los que a todo trance quisieron darlas.
Con todo, para nosotros siempre importará más que lo que hizo a los toros de Antonio Pérez, docilones, a excepción del quinto, y algunos blandos de patas, el cómo lo hizo. Sin pedir un descanso, toreando casi siempre solo y en el centro del ruedo, y sin que nada apareciese forzado. Sin retorcimientos ni violencias de fácil espectacularidad.
Calle Alcalá arriba, en brazos de los entusiastas hasta llegar al Sanatorio de Toreros, Antonio Bienvenida se sentiría ampliamente recompensado de muchas amarguras. Hasta el Sanatorio de Toreros sólo se debe llegar así. Con un gesto amplio de generosidad, y con una sonrisa. Atrás quedaban, sin aspavientos, un éxito y muchos miles de duros para la caja de la Asociación...
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